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25 abril, 2018Estábamos bastante preocupados hace unos meses por la sequía prolongada. Pero por fin llegó la tan deseada lluvia. Dicen los expertos que estas cosas son cíclicas. Pues bien, ya tocaba. Y es que hemos estado atravesando un período seco y parecía que no volveríamos a tener un año lluvioso.
Las precipitaciones medias de los últimos 5 años en la provincia de Cádiz han sido muy inferiores a los valores normales (alrededor de 400 mm). En un año normal, la media de lluvia caída en esta provincia se sitúa alrededor de 550 mm y en algunas zonas del interior más cerca de los 600 mm. Todo esto, naturalmente, dejando aparte la Sierra de Grazalema donde la media anual puede superar los 2.000 mm. En esta campaña y en la zona en la que estamos (término de Medina Sidonia) a mediados de abril ya hemos alcanzado aproximadamente los 670 mm.
Es decir, estamos en un año que podría considerarse algo más lluvioso de lo normal. Si bien, no tanto como se podría pensar si se atiende sólo a las últimas lluvias de los meses de marzo y abril. Y es que ha llovido tanto en estos meses que se ha podido compensar el déficit acumulado. Esta lluvia es muy necesaria para recuperar los acuíferos y que haya reserva de agua en el terreno cuando llegue el verano. Sobre todo para los cultivos de secano. Es importante hacer lo posible para favorecer que el agua se vaya infiltrando sin hacer daño. Pero un exceso de agua en momentos puntuales, o acumulada, también puede ser muy perjudicial. El punto óptimo siempre está en el término medio.
Efectos del exceso de lluvia y métodos de defensa
Los efectos indeseables que el exceso de lluvia puede producir son fundamentalmente de dos tipos: las escorrentías y los encharcamientos. La escorrentía se da cuando hay pendiente en el terreno y el agua de la lluvia no es absorbida. La velocidad de infiltración es menor que la de precipitación y el agua se va acumulando en la superficie. Esta acumulación de agua en exceso va a buscar su salida dando origen a corrientes que irán uniéndose unas con otras formando cursos cada vez mayores. Estos cursos de agua provocan un arrastre de suelo que ocasionalmente puede ser muy dañino.
Para evitar estos daños, en la medida de lo posible, tenemos que procurar aumentar la infiltración. Pero si el suelo está saturado de agua, lo que nos queda es frenar las corrientes que se generan y guiar la salida hacia donde nos interese. Para frenarla, la cubierta vegetal es muy eficaz. Y en suelos labrados, sin cubierta, habrá que procurar que la labor se haga en perpendicular a la pendiente. Así no se favorece la corriente de agua. Para guiarla en su salida, se pueden utilizar zanjas de evacuación u otros sistemas de drenaje.
El otro daño importante que un exceso de lluvia puede provocar es el encharcamiento. El agua va buscando las partes más bajas y se acumula allí si no se le da salida. Este encharcamiento provoca la asfixia de las raíces. El olivo es muy sensible a los excesos de agua en el terreno. Se puede dar un encharcamiento puntual que rápidamente sea eliminado y que no llegue a afectar a las raíces. Pero si el encharcamiento es prolongado, la mayoría de los árboles acabará secándose por muerte de la raíz.
Para evitar este problema, lo mejor es drenar el terreno mediante la instalación de drenes que evacúen el agua sobrante. También pueden hacerse zanjas de evacuación. De esta forma no se produce el encharcamiento o si se produce, será durante un corto espacio de tiempo y se minimizarán los daños.
Todo ello encaminado a que los efectos negativos sean mínimos. Y cuidando esos aspectos, damos la bienvenida a la lluvia tan esperada. Nuestro Olivar del Lentisquillo la necesita para producir el aceite de oliva virgen extra ecológico de cada año.